No sé si te acuerdas aún de mí,
soy la pesada que siempre te saluda,
la que se ha mudado con lo puesto
al ático que queda justo enfrente de tus besos,
la que vive de limosnas
y se empeña en dibujar un corazón
con la punta de sus dedos
en la parte superior de tu cerviz.
Pero no te des la vuelta por favor,
no te pongas frente a mí
no vaya a ser que dé un respingo
y me quede empotrada en la pared
e intentes liberarme con tus manos
agarrando fuertemente mi cintura
y se quiebre algún iglú y se inunde el polo sur,
o se vayan a la porra los glaciales
y se enfade aquel señor que está en el parque
esperando a que pare de llover.